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NITRO MOUNTAIN de LEE CLAY JOHNSON
Nociva. Adictiva. Desgarradora y, al mismo tiempo, descacharrante. Perturbadoramente buena.
No conviene adentrarse mucho en Nitro Mountain, ni cogerle demasiado cariño a nada. La compañía minera lio el petate y se largó con viento fresco, dejándolo todo manga por hombro. La tierra, abusada y devastada, infestada de túneles con cargas de dinamita aún por detonar, amenaza con volar por los aires en cualquier momento. Los paisanos de Bordon, Virginia, coexisten en ese desamparo. Consciente o inconscientemente, han recibido el funesto legado de lo que padeció la tierra. Un legado de violencia. Moteles astrosos, honky-tonks abyectos, alambiques ilegales y laboratorios de meta ocultos en la maleza. Ratas de bar, gente emboscada en la última trinchera de la dignidad y la decencia. Gente desesperada, con el corazón roto y nitroglicerina en las venas. El forraje perfecto para el tipo de canción country que compone la banda sonora de un mundo mermado por la codicia, donde la venganza llega a ser una forma de arte y en el que cada cual trata, a su manera, de sobrevivir. Leon, bajista curtido en los bares de bluegrass, tendría que haber sabido, siquiera por las viejas canciones del jukebox, que enrollarse con aquella camarera era lo peor que podía hacerse, en términos de supervivencia...